Capítulo 1: No puedo vivir sin ti
No puedo vivir sin ti
Coque Malla
Llevas años enredada en mis manos
En mi pelo, en mi cabeza
Y no puedo más, no puedo más
Debería estar cansado de tus manos
De tu pelo, de tus rarezas, pero quiero más
Yo quiero más
No puedo vivir sin ti, no hay manera
No puedo estar sin ti, no hay manera
Me dijiste que te irías pero llevas
En mi casa toda la vida
Sé que no te irás, tú no te irás
Has colgado tu bandera
Ha traspasado la frontera
Eres la reina
Siempre reinarás
Siempre reinarás
No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Y ahora estoy aquí esperando
A que vengan a buscarme
Tú no te muevas
No me encontrarán
No me encontrarán
Yo me quedo para siempre
Con mi reina y su bandera
Ya no hay fronteras
Me dejaré llevar
A ningún lugar
No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
No puedo vivir sin ti no hay manera
No puedo estar sin ti no hay manera
Ponte en situación. Un pub del centro de tu ciudad, abarrotado ya de madrugada. La música de fondo es esta canción. Tienes un Ballantine’s con Seven-Up en una mano, y con la otra, rodeas la cintura de tu chica. Ella se mueve lentamente, dejándose llevar por la melodía. Y tú, por un instante, te pierdes en una frase que te viene a la cabeza:
“Esta canción habla de nosotros.”
Y así se lo susurras al oído.
¿Cuántas canciones no nos devuelven a momentos de nuestra vida?
¿Cuántas experiencias inolvidables no se quedan ancladas a una letra o a una melodía?
Al menos en mi vida, la música ha sido testigo de muchas de esas experiencias. Por eso he decidido comenzar este capítulo así, porque quiero hablarte de algo importante. Algo que da título a este libro:
Todo pasa por algo. No lo dudes.
Y no, no lo digo con resignación ni con tono pesimista. Al contrario. Este “todo” y este “algo” tienen un nombre claro: oportunidad.
La vida está llena de oportunidades disfrazadas de obstáculos, de momentos que pueden marcar un antes y un después, si aprendemos a mirar con atención. Porque si no lo hacemos, pueden pasar de largo como el agua de un río que sigue su curso hacia el mar, perdiéndose en la inmensidad. Y eso, créeme, es una verdadera pena. Porque esas oportunidades, si las tomamos, nos transforman. Nos hacen vivir.
Y vivir, amigos, no es simplemente estar vivos, sino sentirse vivos. Que no es lo mismo.
A veces pasamos demasiado tiempo pendientes de lo que nos falta o de lo que no nos hace felices, y eso nos impide ver lo verdaderamente importante.
Sé que suena a tópico. Incluso puede parecer utópico. Pero es tan real como la vida misma.
Los psicólogos sabemos que los aprendizajes más valiosos no siempre vienen de lo que nos cuentan o enseñan los demás, sino de lo que nos sucede a nosotros mismos.
Y quien ahora te escribe, ha pasado por ahí. Por el dolor, por la pérdida, por ese lugar oscuro llamado duelo.
Y sí, sé que es difícil creerlo ahora si estás en ese mismo camino, pero al final hay luz. Hay un paisaje que puede volver a llenarse de color y esperanza. Hay nuevas oportunidades esperando. Y no solo para sobrevivir. Para vivir de verdad.
Puede que ahora no me creas, y lo entiendo. Pero solo espero que cuando termines este libro, puedas mirar ese “algo” con otros ojos… y descubras que ese “todo” merecía la pena. Porque ese TODO existe, y tal vez se parezca mucho a eso que llaman felicidad.
Dicen que el ser humano es el único que tropieza dos veces con la misma piedra. Y eso también es aprendizaje. No por el hecho de tropezar, sino porque volver a hacerlo nos obliga a mirar dentro de nosotros.
Cuando Coque Malla escribió su ya icónica canción No puedo vivir sin ti, muchos pensaron que hablaba de la dependencia hacia la cocaína. Él mismo lo ha desmentido muchas veces: “Qué aburrido tiene que ser dedicarle algo tan bonito a una sustancia química.”
Y tiene razón.
Lo cierto es que esta canción habla de dependencia, de esa sensación tan potente que podemos sentir hacia otra persona. A veces confundimos el amor con el hábito, la costumbre, el miedo a estar solos. Y eso nos atrapa.
Yo lo viví. Me mentí muchas veces. Me convencí de que debía seguir. Que había que aguantar. Que el “cariño y la compañía” eran suficientes.
Pero no lo eran.
Porque hay verdades que esconden mentiras. Y a veces no son las tuyas, sino las del otro.
Y si esa persona no cree en ti, si no comparte tu visión, por mucho que intentes hacerle ver que 2 + 2 son 4… puede que para ella la suma sea otra. ¿Vas entendiendo por dónde voy?
No se trata de juzgar el amor, sino de entender lo que la dependencia puede provocar. El estar en pareja aporta seguridad emocional. Sí. Pero esa seguridad no debería ser una cárcel.
¿Por qué tanta gente recién separada se lanza de inmediato a una nueva relación? ¿Por qué ese empeño en no estar solos?
Porque confunden el amor con la necesidad.
Y vivir desde la necesidad no es vivir. Es resistir.
Cuando una relación dura años, cuando hay hijos, rutinas, historias compartidas, romper parece imposible.
Y sin embargo, a veces es lo más necesario.
Porque hay relaciones que hace tiempo dejaron de ser amor y ahora solo son costumbre, compañía, a veces cariño, y a veces pereza.
Y eso, aunque sea bonito en la superficie, no es suficiente, no al menos para mantenerlo en el tiempo, no, si lo que uno quiere es experimentar el amor real en el día a día y el resto de tu vida.
James Coan, neurocientífico, realizó en 2006 un experimento revelador. Midió cómo reaccionaban distintas mujeres ante situaciones dolorosas, primero solas y luego acompañadas por sus parejas. El resultado fue claro: cuando estaban solas, el miedo y el dolor eran mayores. Cuando estaban acompañadas, se sentían seguras.
Esto demuestra lo poderosos que pueden ser los vínculos.
Pero también plantea una pregunta: ¿Estamos preparados para vivir sin esa persona cuando ha sido parte esencial de nuestra historia?
Sí. Rotundamente sí.
Aunque hay muchos matices. No es lo mismo una ruptura que una viudez. No es lo mismo separarse por decisión propia que por abandono.
Pero si una relación termina, es porque no funcionaba.
Y aunque duela, el amor no correspondido es uno de los peores castigos. Y el que se queda por inercia, sin ganas, sin emoción, está condenado a vivir desde la indiferencia.
Así que ordenemos un poco todo esto.
Ese nuevo escenario que te espera no es el fin. Es el comienzo de otra película, de otro partido, de otra canción.
Y al principio habrá nervios, incertidumbre, incluso miedo. Pero también habrá emoción, descubrimiento, posibilidad, ¡OPORTUNIDAD!
Y te lo dice alguien que amó mucho en el pasado… y que hoy vive otro amor, más libre, más honesto, más real. A mi me gusta llamarlo, porque así lo siento 7 años después, AMOR VERDADERO.
Porque el pasado es eso: pasado. Y no define tu presente. Ni mucho menos tu futuro.
Ahora hay otras palabras. Otras personas. Otra historia.
“Nadie me quiso jamás tan bonito como ahora me quieren.”
Pero para llegar ahí, tuve que soltar. Tuve que romper el lazo, aunque fuera bonito. Porque solo era eso: un lazo. Una atadura. Y las apariencias… ya se sabe lo que se dice de ellas… engañan.
No puedo vivir sin ti es una canción que nos invita a tomar decisiones. A decir adiós. A cerrar una puerta para poder abrir otra.
Nos remueve, sí. Nos enfrenta al fracaso de un proyecto compartido. Pero también nos empuja a cambiar el track del CD y buscar la siguiente canción. Esa que nos hable de amor sin condiciones.
De alguien que te quiera por lo que eres.
Que no te silencie con una patada bajo la mesa.
Que se enorgullezca de ti.
Que te abrace cuando todo se derrumba.
Que te mire a los ojos, no a la cartera o a la cuenta corriente.
Que ría contigo.
Que simplemente esté.
Que te diga “bebito” a diario, aunque estés a kilómetros de distancia.
Que te cambie el ánimo con una simple sonrisa o un pestañeo de sus lindos ojos.
Que su voz sea terapéutica cuando necesitas escucharla.
Quizá esa persona no estará 20, 30 o 40 años. Pero puede que, en poco tiempo, te dé más vida que toda una vida anterior.
Y es que, amigo, amiga…
La vida, casi siempre, te da otra oportunidad.
Así que deja de lamentarte por lo que perdiste. Cambia la canción que resuena en tu cabeza. Porque ya no llevamos vendas. Ya no buscamos respuestas en quien no nos las da. Ya no morimos de amor.
Porque, a veces… y sólo a veces, No siempre más, es MÁS.