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Capítulo 2:

Ya no

Cómo saber cuándo terminar una relación de pareja y empezar a vivir

¿Te preguntas si ha llegado la hora de llevar tu relación a un punto y final? Este capítulo ofrece una mirada profunda, desde la psicología y la experiencia clínica, a esos momentos donde el amor ya no construye, sino que duele o paraliza. Hablamos sobre el miedo a la ruptura amorosa, la dificultad de dejar ir, la reinvención personal tras una separación y el camino hacia el amor consciente. Si estás atravesando una crisis de pareja, buscando sanar una relación tóxica o superar una ruptura sentimental, aquí encontrarás claves terapéuticas y humanas para comenzar de nuevo.

Palabras clave: historia de amor, soledad, malestar, relaciones de pareja, psicología, terapia de pareja, tranquilidad , amor consciente, bienestar emocional, relaciones tóxicas, reinvención personal, duelo amoroso, reconstrucción emocional, comunicación en pareja, síntomas, problema, falta de comunicación.

Aquí dentro no falta comida, ni agua, ni techo. Me cuidan bien. Pero echo de menos volar.

¿Por qué seguimos en relaciones sin amor?

Toda relación de pareja basada en un interés, sea el que sea, está condenada a morir. Cierto es que si para ustedes, morir en una relación es terminar con ella, se toparan con una realidad bien candente en nuestra sociedad actual, que no es otra que la de ver como parejas y matrimonios prefieren “conformarse” con estar juntos por el qué dirán, por evitar historias, o por puro “interés mutuo”, o como yo prefiero llamarlo, por mera cobardía emocional.

Y es que hay que reconocer que dar el paso de terminar con una relación de pareja de años y años de convivencia, máxime cuando detrás de la misma hay una familia, un hogar, un entorno construido, es un acto ante todo de valentía, y posteriormente de sensatez y racionalidad, valores que por desgracia no fomentamos hoy día en nuestros infantes y en nuestra cultura, y de los que carece esta sociedad de una forma abrumadora. Es en esos casos cuando la convivencia se alza por encima de los sentimientos reales y se convierte en el opio de la madurez adulta, en la droga que a su vez alimenta el consumo de muchas otras de índole farmacológica o química, y que termina llenando nuestras despensas de “sustitutivos” de la felicidad mal llamados ansiolíticos o antidepresivos.

Y no lo digo desde el juicio, sino desde la experiencia. A lo largo de estos años como psicólogo, he escuchado historias que duelen más que el silencio. Como la de Julián y Teresa, que acudieron a consulta tras 18 años de matrimonio. No discutían. No gritaban. No se hacían daño. Pero tampoco se tocaban, no se miraban, no compartían más que las paredes de su casa y los gastos de la misma. Su convivencia era más eficiente que afectiva. Cuando les pregunté por última vez que se habían sentido enamorados, ambos se miraron y se encogieron de hombros. Y fue en ese silencio donde se dio la respuesta más honesta.

Cuantos de los que ahora leen estas palabras no se estarán sintiendo identificados con las mismas, y no me enorgullece estar en lo cierto, todo lo contrario, pero son ya muchos años a mis espaldas y muchas vivencias y pacientes los que han pasado por mi consulta, para saber que lo que digo es tan cierto como que el sol sale cada mañana.

¿Qué duele más? ¿Separarse o vivir una vida donde ya no eres visto?

Dar el paso de romper una relación no es fracasar, es madurar. Porque a veces el verdadero amor comienza cuando uno se ama lo suficiente como para dejar ir. A veces, dejar ir no es huir. Es sanar.
Y volar lejos no es olvidar. Es recordar quién eras antes de encadenarte.
 
Quizás lo entiendan mejor con esta breve fábula del Colibrí y la Jaula de Oro.

Había una vez un pequeño colibrí que vivía en libertad, volando de flor en flor, ligero, ágil, lleno de colores y movimiento. Su vida era sencilla, pero auténtica. Un día, mientras descansaba en una rama, vio una jaula dorada colgada en un gran balcón de mármol. Dentro, había otra ave: un ruiseñor de canto bello, plumaje impecable y mirada triste.
El ruiseñor le habló:
Aquí dentro no falta comida, ni agua, ni techo. Me cuidan bien. Pero echo de menos volar.

El colibrí, conmovido, comenzó a visitarlo cada día. Se enamoró de su voz, de su forma de ver la vida, de su paciencia. El ruiseñor también se sintió cautivado por la alegría y la vitalidad del colibrí. Así que un día, el colibrí entró en la jaula para hacerle compañía.

Al principio, todo fue bello. Se contaban historias, cantaban juntos, se acurrucaban por las noches. Pero con el paso del tiempo, el colibrí empezó a sentir cómo sus alas se debilitaban. Su canto se apagaba. Su energía se marchitaba. Ya no era el mismo.

El ruiseñor lo miró con ternura y tristeza:
—No puedo pedirte que te quedes. Yo ya me acostumbré a esta jaula… pero tú, tú naciste para volar.

El colibrí dudó. Quería quedarse. Pero también sabía que, si lo hacía, se perdería a sí mismo. Así que una mañana, con el corazón apretado pero decidido, salió de la jaula y voló. Alto, muy alto. Y mientras lo hacía, una lágrima resbaló por su plumaje. Era dolor, sí… pero también alivio.

Desde entonces, el colibrí sigue buscando flores, sigue buscando cielos. Y aunque recuerda con cariño aquel ruiseñor, aprendió que amar no siempre es quedarse. A veces, amar es saber decir: “ya no”.

Yo ya no quiero eso. Decidí hace tiempo que no quería una vida llena de “ya no”. Ni para mí, ni para los míos. Y esa enseñanza espero transmitírsela a mis hijos, especialmente a ellos, y qué mejor forma de hacerlo que predicar con el ejemplo. Y he de reconocer que cuesta, y que es humano cometer los mismos errores del pasado, porque, al fin y al cabo, es lo que uno ha vivido siempre y lo que uno ha venido haciendo casi de por vida

Eso es reinventarse: permitirte descubrir que aún hay versiones tuyas que no has conocido.

Reinventarse tras una ruptura: el segundo maratón

No es fácil, lo reconozco. A mis cuarenta y tantos, con el cuerpo algo más cansado pero el alma mucho más viva, decidí colgar las zapatillas del primer maratón de mi vida. Me detuve, respiré, miré hacia atrás con agradecimiento y hacia adelante con determinación. Me preparé para una nueva carrera. Este segundo maratón no es más corto, ni más fácil. Pero sí más consciente. Sé lo que NO QUIERO. Y empiezo a vislumbrar con excelsa claridad, lo que sí.
 
Ven como al final siempre voy a refugiarme en aquello que me da calor y seguridad, ya les dije que, aunque este libro se alejaba de los 2 anteriores, no estaba tan apartado como pudiera parecer en el trasfondo de ellos, y es que no puede ser de otra forma siendo engendrado por el mismo padre, eso sí, no por la misma vida, y es que les recuerdo que ahora estoy en los primeros kilómetros de este nuevo maratón.

El concepto de reinventarse tiene que ver mucho con todo esto, y es que finalmente estoy convencido de que la vida te dará una segunda oportunidad para casi todo, y sí, también una tercera si es necesario, y por qué no, hasta una cuarta… (sin abusar, eso sí).
 
Me considero una persona experta en reinventarse, y sin lugar dudas, llevo unos años donde la reinvención forma parte de mi día a día de una forma abrumadora, diría que, hasta agotadora, pero la prefiero, prefiero pasar por esta vida viviendo, a morir en vida dejando de vivir.
 
El proceso de reinvención no es glamuroso como lo pintan en las redes sociales. Es crudo, a veces solitario, muchas veces confuso. Pero es también el acto más revolucionario y amoroso que uno puede hacer por sí mismo. No hay edad para hacerlo. Ni momento perfecto. La vida misma es el momento.

Recuerdo a Clara, 52 años, que llegó a mi consulta tras un divorcio inesperado. “Me dejaron sin manual de instrucciones”, me dijo. A los tres meses, se apuntó a un curso de cerámica, empezó a pintar, luego a escribir. A los seis meses, me dijo: “No sabía que aún podía sorprenderme”. Eso es reinventarse: permitirte descubrir que aún hay versiones tuyas que no has conocido.

¿En qué versión cree estar usted ahora? Quizás 3.0… 4.1… 6.0 … o igual seguimos en la versión inicial, como si de Windows 1.0 se tratara. Y es que, para quienes no entiendan el ejemplo, Windows 1.01, fue el primer sistema operativo de la familia Windows, desarrollado por Microsoft y lanzado el 20 de noviembre de 1985 en Estados Unidos, y un año después, en mayo de 1986, en Europa. Fue el primer intento de Microsoft de implementar un ambiente operativo multitarea con interfaz de usuario gráfica en la plataforma de PC. Windows 1.01 fue la primera versión de este producto. Costaba 99 dólares y requería una computadora que tuviera un mínimo de 256 KB de memoria RAM, una tarjeta gráfica CGA y una unidad de disquete… ¿quieren seguir funcionando con un disquete?  Me entienden mejor ahora…

Amor consciente

Y sí, esta reinvención tiene efectos colaterales. Porque cuando te transformas, el mundo que te rodea también tiene que reconfigurarse. No todos pueden seguirte el paso. No todos querrán bailar contigo al mismo ritmo. Y eso duele. Pero también libera. Y es que amigos míos, encontrar pareja de baile cuando uno lleva semejante paso, no es sencillo, pero no lo es sólo para mí, no lo es especialmente para la otra persona. Esa persona no ha de tener miedo a andar, -como si de un funambulista se tratara-, por la estrecha y peligrosa línea de la vida en la que me muevo continuamente, es más, quizás lo que no ha de tener es miedo a andar con ese funambulista, es ahí donde está la verdadera clave de todo esto.
 
Y es que el ejemplo del funambulista es una de las metáforas favoritas que suelo utilizar en terapia. Caminar en pareja es como cruzar juntos una cuerda suspendida entre dos torres. Se necesita equilibrio, sí, pero también sincronía, confianza, mirada compartida. No se trata solo de no caerse uno mismo, sino de no hacer caer al otro.
 
¿Y qué pasa cuando uno quiere avanzar y el otro se queda quieto?
¿O cuando uno se balancea hacia un nuevo sueño y el otro se aferra al vértigo?
 
Pues pasa lo inevitable: la cuerda se tensa, la conexión se rompe… y alguno de los dos cae.

Hay que haberse perdido para saber lo que cuesta encontrarse.

¿Qué significa realmente amar hoy?

Por eso, ahora busco a alguien que quiera caminar conmigo, no detrás, ni delante. Al lado. Que no tenga miedo al vacío que hay debajo de esa cuerda, porque sabe que lo importante no es la altura, sino la confianza en cada paso que damos juntos. Porque caminar, no es sólo seguir los pasos a los que te llevan tus decisiones y acciones, también es aprender a ir al lado de la otra persona sin tropezarse y sin hacerla tropezar, porque las caídas desde determinadas alturas siempre dejan secuelas.
 
Cómo y con, van pues de la mano en esta aventura, aunque el miedo aquí sobra, no puede ir en la mochila, y es que caminar por esa fina cuerda ha de hacerse con plenitud de seguridad y confianza en uno mismo, pero también en la otra persona. Y es que sólo con seguridad se puede llegar con certeza al otro extremo de esa cuerda. Solo si confías y amas sin pensar más allá del momento que la vida te está regalando en ese preciso instante, pisarás al final del camino tierra firme y segura, y te darás cuenta de que mereció la pena, porque efectivamente, pese a todo, y pese a todos, merece mucho la pena.
 
Hay algo que la experiencia me ha enseñado: amar no es prometer eternidad, quizás por eso ya no creo en el matrimonio, no el menos en un papel que te “encasille a un amor para siempre”. Amor para mí es ESTAR, es AHORA. Con INTENCIÓN. Con PRESENCIA. Con la certeza de que, si mañana no estás, al menos hoy fuiste HOGAR.
 
Quiero una relación en la que no tenga que esconder mis cicatrices ni mis miedos, donde pueda ser fuerte y vulnerable a la vez. Donde la pasión no se confunda con apego, ni la costumbre con amor. Y para eso, hay que haberse roto antes. Hay que haberse perdido para saber lo que cuesta encontrarse.
 
Ojalá alguien algún día se presente en nuestras vidas para enseñarnos lo que hay detrás de ese caminar por la cuerda. Ojalá, como digo, alguien aparezca un día en nuestra vida para caminar sobre esa cuerda sin miedo, con el corazón en la mano y el alma descalza.
Ojalá…